miércoles, 14 de julio de 2010

Marinos, anfibios y terrestres.


Apuntes para una Teoría del Museo:
La Fe de los Artistas.
Los artistas, esos inmundos saltimbanquis, falsarios, pícaros y
Maestros de las artes de la simulación, esos artífices de fuegos
de artificio, actores mentirosos, poetas dados a la exageración,
prestidigitadores de dedos o dígitos dispuestos o prestos, para
ilustrar cualquier Dogma al precio convenido. Acompañantes
del Poder, pintando a la bella y a su Señor y llegando el Moderno,
dando el gusto a todos, al multiplicar por mil lo inédito y dividir
por cien mil lo que ya no valía nada. Esos artistas que crean valores,
que crean valores estéticos a los cuales hay que ponerles valor,
valor de cambio digo. Esos manipuladores que siembran la Fe en sus
obras creyendo en ellas en forma fanática, Fe que contagia al
que carece de ella y al que cree solamente en el valor de cambio,
dándole la seguridad a éste último, que con la superposición del valor
de cambio al valor estético, se evita un posible capricho o distracción
en la devoción al Oro. Todo es una cuestión de Fe en el firmamento
del Canon estético establecido por la Clase sacerdotal. Canon que
funciona como un “Cuadro de Honor” donde los elegidos
generan Fe histórica desde el Museo de Bellas Artes. Cripta
donde descansan las imágenes de la especie, como si fueran
sueños o pesadillas detenidos en el momento de mayor
intensidad. Artistas que incluso pueden perder la Fe en sus
obras pero que no dejan de ser canónicos, que no dejan de
estar en el “Cuadro de Honor”, porque su ausencia genera
una ruptura en el relato lineal ya establecido por la Clase
sacerdotal. Artistas tratados como egocéntricos, cuando la base
de la validación pasa por la Fe ciega en la propia obra,
circunstancia que dispara la Fe de los que viven en la crisis
de Fe permanente o no tienen ninguna para consolarse.
Esos artistas, rudamente descriptos, son lo mejor que tenemos.
Análisis: bb